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En
el curso de los diez años siguientes, visité la Ciudad de México
con regularidad. Llegué a conocer a varias pandillas de niños
de la calle. Me acogieron con curiosidad, algunos con recelo, pero me aceptaron.
Otros niños se hicieron amigos míos. El Gordo y el Muletas, por
ejemplo, que siempre se ayudaban el uno al otro. El Muletas no podía
caminar sin sus muletas, y cuando se las robaban, cosa que pasaba cada dos
por tres, el Gordo solía andar cargándole a el Muletas día
tras día hasta conseguir otras nuevas. Manuel era jefe de una pandilla.
Hacía a todo el mundo obeceder su voluntad. Por una miseria de dinero,
asesinaban a un hombre. Manuel era inteligente, y sabía manipular a
los demás niños. Era una figura paternal. |